viernes, 8 de marzo de 2013
Crematorio
Pasadas ya unas semanas de aquel festejo autocomplaciente denominado Premios Goya quiero decir unas palabras al respecto. Me parece bochornosa nuestra cinematografía actual por no decir que me es cada vez más indiferente. El cine español es y ha sido una actividad subvencionada en gran parte por el Estado. Cada año un pastel se repartía entre unas cuantas producciones privilegiadas y unos directores emblemáticos. Los de la ceja cuando gobiernan les gusta codearse con los artistas y hacerse la foto - de la misma forma que organizan una encerrona con un lider sindical y llaman a un fotógrafo que capte precisamente el momento- para enseñar que ellos están con la base. A los otros, los del bigote parecen no haber superado su complejo de cultura como diciéndose: a esta fiesta no nos han invitado, aquí hacemos el papel de la santa inquisión. Esta vez si que vinieron para que todo quedase como una pataleta caprichosa e infantil. Así todo el mundo de la farándula luce su perfil progresista con más o menos histrionismo pero luego ejercen sibilinamente sus dotes de despachismo desmarcándose de toda coherencia ideológica. Y cuando hay dinero de por medio, cuando hay unos intereses, la creatividad es poco valerosa. De esta falta de valor surge ese rencor de "especie cultural amenazada" que vocifera soflama de la mito-izquierda en las declaraciones a la prensa o en los demás medios de comunicación aprovechando un evento de relevancia mediática. Y me pregunto de verdad sino hubiera sido mejor hacer una película valerosa, improcedente, incomoda, revulsiva, en vez de regodearte con tus colegas haciendo ideología de pasquín. De lo que no se atrevido hacer mejor luego no hablar. En menor medida, claro está, por ser una "industria cultural" nimia ocurre lo mismo en el teatro. Cuando le preguntaron a Angelica Lidell, directora de escena sobre su postura vital con respecto al teatro ella lo expresó de forma muy oportuna, coherente, y convincente:"mira, yo he estado en la mierda, he hecho teatro en la mierda, ahora estoy en el teatro nacional y me lo tomo de la misma manera". Más tarde Angelica Lidell hizo una crítica demoledora de las salas de teatro independientes que se mantienen gracias a las subvenciones públicas del INAEM o de las consejerías, ¡Ah, hay muchos que se consideran que hacen teatro independiente y luego viven en su precioso pisito en el centro con sus buenos sueldos".
Atrás han quedado los años heróicos del cine europeo y los pocos cineastas verdaderamente vitales están desapareciendo de nuestro panorama cultural porque se mueren de viejos. Sí, de vejez, porque ya lo de cine autor es un eufemismo. Ya todo es espectáculo inocuo pues no existe cinematografía que no sea comercial o sea estimulada a serlo. Y lo que no vende por méritos propios las perdidas ya las paga mama Estado. Hubo un tiempo en que hacer una película podía ser todavía un ejercicio de libertad y combate. Con una cantidad modesta de dinero y gente entusiasta se podía hacer una obra novel irreverente pero plena de fuerza.
Solo hace falta echar un vistazo a la cartelera de nuestro cines y ver la temática de estas nuevas obras del cine español. Entre ellas tenemos un exitazo de taquilla internacional. No deseo meter en un mismo saco a todos los profesionales del cine pero tengo que decir que eso que se ha llamado "nuestro cine" no tiene nada que ver con esa otra tradicción de las artes cinematográficas, aquellos movimientos que fueron capaces de otear los impulsos históricos y plasmar en historias lo que muy pocos se atreven a nombrar. Se nos habla de defender una industria cuando de lo que se trata es justamente de que quizá no sea necesario -mal les pese a unos- de crear ninguna industria. Sería quizá mejor que la vocación se centráse en defender la más furiosa independencia y a la vez practicar la artesanía de un oficio ya amenazado con desaparecer.
Hoy en día, y lo siento decir, el cine es una profesión de cuatro pijos. Estudiar cinematografía es más costoso que hacer un master en Esade -escuela de negocios, de unos cincuenta o ochenta mil euros por tres años de formación. Consultad, por ejemplo, los curriculos de estos estudios y el enfoque de la ESCAC. Sorprende mucho que una escuela a emular no contemple el visionado de esas películas que solo se pueden ver hoy en una filmoteca. Lo digo porque se llega a esta conclusión en el tipo de historias y las formas del lenguaje audiovisual empleado por sus alumnos. Sin duda la ESCAC está enfocando a los futuros creadores y profesionales hacia una industria audiovisual que ante todo debe crear productos audivisuales atractivos, y sobre todo, rentables económicamente, imitando las estrategias del mercado audivisual estadounidense. Merece sin duda más la labor que hacen las filmotecas ahora mismo en España que todas estas escuelas de cine y todas las películas que ahora se producen . La filmoteca de Catalunya es hoy por hoy un refugio para toda verdadera cultura cinematográfica.
Es por esta razón que el arte cinematográfico en nuestro país está totalmente desconectado de lo que realmente nos afecta, que es mucho. En sus formas y sus contenidos remeda la gran industria. Merece la pena hacer cine, se tenían que preguntar muchos de estos profesionales del cine actual. Habéis pensado que la narrativa cinematográfica está más que explorada y ese acto colectivo que es ir a un cine es hoy una arqueología. Merece contar estas historias insustanciales y ñoñas. Merece la pena contarnos algo con dramaturgias tan pobres y nonatas.
A quién se puede salvar entre estos cineastas actuales: pues miren, yo me quedo con un anciano director de cine llamado Basilio Martín Patino que todavía puede sacar su cámara y plasmar lo que está ocurriendo en las calles de Madrid. Nadie como Basilio ha sabido reflexionar sobre los mecanismos de simulación y verosimilitud de la imagen cinematográfica haciendonos dudar de las imágenes. Un viejo partisano del cine todavía hace proyectos en el más oscuro y completo ostracismo de esa industria que hay que a todas luces salvaguardar. Así que toda esta gente del cine y sus películas que por ser españolas tenemos que proteger como los franceses defienden su cine, les digo que no nos jodan más con sus soflamas. La última película bochornosa de un Almodovar acabado, la última chorrada de Alex de la Iglesia que podría haber dibujado en un comic -lo cuál es más barato-, las tonterías de esa publicista de compresas Isabel Coixet, la nueva "genialidad" del niño milagro Alejandro Almenabar, etc. interminable la lista como la de todos esos pijos que quieren hacer cine. ¿Por qué no se van al teatro? Allí se puede aprender dramaturgia y dirección de actores, algo básico para ser un director de cine.
Pero para mi sorpresa, yo que hace más de diez años que vivo sin la jodida televisión y solo escucho la radio sintonizada en canal clásica, he podido ver una serie de televisión hace tiempo emitida: Crematorio. Sí, sorpresa, porque a pesar que la adaptación de la novela de Chirbes sacrifica el lenguaje literario, seguramente mucho más rico e interiorizado, y lo fuerza a adoptar la forma de un thriller con sus intrigas y momentos de acción, esta adaptación refleja lo que han sido los años noventa en nuestro país.Y según he visto la serie después he pensado lo que podría haber sido una adaptación al cine de una forma quizá más radical, porque materia hay para hacer un guión valiente, y una adaptación cinematográfica revulsiva a más no poder.
He visto los ocho capítulos de un tirón y para ser una serie de televisión comercial destinada al share de audiencia es más que aceptable, por no decir de más calidad que las mierdas de películas que se dicen del llamado cine español. Seguramente la novela sea de más interés y sería preciso leerla. Lo que relata la serie lo hemos podido ver con nuestros ojos, ha sido el pan de cada día, y todos los escándalos de corrupción que conforman la actualidad de los periódicos es consecuencia de los desmanes de una época en la que algunos se creyeron ser reyes de un imperio.
¿Cuántos Rubén Bertomeu hemos tenido en España?, creo que cada ciudad de provincias ha tenido el suyo haciendo y deshaciendo a su antojo con la complicidad de los gestores de la banca y los políticos de turno. Y que es lo que nos ha quedado en conclusión de esta vorágine de pelotazos: un país crematorio donde al parecer todo se originó con el sacrificio de unos caballos portadores de droga. Lo del cementerio de caballos descubierto en una parcela es una metáfora inigualable de lo que nos está sucediendo. Descubrir un osario es un símbulo de mal augurio. Así, como si se tratara de un sueño la ficción cuando extrae fuerzas de una veracidad propia converge sin quererlo con la propia realidad que vivimos: estos días hay noticias escalofriantes sobre miles y miles de caballos de pura sangre sacrificados, abandonados en sus cuadras, caballos en inanición, degollados por sus dueños para extraerles los microchips y así no poder ser identificados. Por lo visto hace años con la bonanza económica la gente se compraba un caballo pura sangre por capricho de nuevo rico. Hoy como mucha de esta gente está en la ruina estos caballos han sido abandonados, los negocios antes florecientes de cuidadores de caballos y demás granjas hípicas han tenido que cerrar.
Así que me quedo con Crematorio aunque para mi gusto al relato le sobran efectos, y hubiera merecido ser tratada con cierto distanciamiento. Al final y durante la serie nos encariñamos del personaje principal y nos duele que muera abatido en el último capítulo por aquel viejo viudo y solitario que se resiste a renunciar de los paseos por su parcela. Yo ese final lo hubiera cambiado por otro pues los Rubén Bertomeu en España siguen tras la ruina que han provocado al pie del cañón haciendo y deshaciendo a su antojo como siempre, y lo harán sus hijos y sus nietos, dirigiendo las cámaras de comercio o moviendo sus cartas en las concejalias de los ayuntamientos, si ya no hay mercado en la costa azul habrá un otro en Marruecos o Brasil. En el crematorio finalmente lo que se ha quemado han sido árboles, bosques, costas, nuestro patrimonio colectivo de derechos conseguidos, la memoria, y por último, a varias generaciones de jóvenes que al igual que tras la guerra van a tener que exiliarse. Es de este modo que la remembranza nos desvela un paisaje de guerra sin cañones, trincheras y fusiles, una guerra que se ha perdido en la resaca de una gran hecatombe económica. Y esto ha pasado quizá porque nuestra memoria ha sido inocua y con ella todos los relatos que nos han contado. Y lo que más me ha gustado y con lo que me quedo de la serie es como se ha captado la amargura y la frustración que las distintas generaciones sienten entre sí: qué hemos hecho, en qué nos hemos convertido...pues ninguna de las distintas generaciones parece compartir las mismas ideas pero todas ellas se pliegan a la fortaleza de Rubén Bertomeu y el destino que para todas ellas ha forjado para bien o para mal, les guste o no.
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