Introducción

Creatividad en hierro: espacio, tienda, arte, y objeto


“Construir escuchando cada espacio”



¿Cómo hacer que un espacio emane una cualidad sin nombre? ¿Cómo hacer que cada una de nuestras cosas sean verdaderamente nuestras cosas?

¿Cómo hacer que las personas habiten un espacio que encarna valores, símbolos, emociones, sueños?

¿Cómo diseñar un proyecto en el espacio y que éste sea singular, original, atractivo, estético, sencillo y profundo, vanguardista pero a la vez capaz de hacer resurgir valores que pertenecen a una tradición?

¿Cómo optimizar el gasto de un proyecto de diseño hasta hacerlo viable, sostenible? ¿Cómo hacer más con menos?

En muchas ocasiones no se trata de derrochar recursos sino saber gestionar bien lo que uno posee.

¿Qué diferencia hay entre la elegancia de un espacio y la ostentación?

¿Cómo aunar el nuevo y el viejo hacer?




Hemos creído durante estos años de especulación que el espacio solo tiene un precio sin tomar en consideración que el espacio es ante todo un valor. Todo se puede comprar con dinero porque todo tiene un precio. En cambio, el valor nos demuestra que hay espacios y cosas que por muy humildes que sean, son tan nuestras, están tan magnetizadas de emotividad y de recuerdos, que para nosotros no tienen precio. Jamás las venderíamos porque, sin duda, tienen un valor profundo. El espacio, sí, es ante todo un valor. No vale todo, ni vale todo lo que se construye. Y la mejor manera de valorar un espacio y diseñar cada cosa que forma parte de él es escucharlo en silencio. Escuchar el espacio y escuchar a las personas, y de este modo, es como se puede establecer un diálogo en el que se puede intervenir para encontrar aquello especial que se está buscando.

Siempre he pensado que cuando construimos algo estamos haciendo algo especial para otra persona. Que eso que hemos construído estará ahí contribuyendo a hacer la vida mejor.

No se trata solamente de diseño, no se trata de formas y colores, no se trata de estilos ni tendencias. Se trata de captar el entramado oculto que forma parte de nuestra vida y el sumo cuidado que tenemos que tener con nuestras cosas, nuestros espacios y las personas que están con nosotros.


Diseñar cada espacio desde un cajón a un edificio es una filosofía de no imposición de las ideas que están en contraproducencia con el espíritu de un espacio. Es una labor intiutiva. Casi siempre hay que quitar, vaciar, desnudar, permitir que el espacio signifique. Comprender que hasta un rayo de luz posee una importancia, un sentido.

Muy importante es defender la cadencia, frente al concepto de tendencia. Las tendencias pasan, la cadencia construye los ritmos de la vida reposada. La cadencia es el mapa de nuestra calma.

Cuando diseño un mueble, un objeto que forma parte de nuestra intimidad, pienso en las relaciones que se establecen entre su apariencia manifiesta y su faceta soñada en el vacío. Entre la exuberancia de la forma, los colores, el dibujo, y aquello que se puede decir el alma de un objeto. Un cajón, un pequeño pómulo, una inquietante cerradura, un cristal coloreado, algo suscita y origina un diseño.

Busco y cazo detalles que luego formarán parte de una cosa sin restarle su funcionalidad.